Me quiero ir, no me quiero ir….

Llevas años soñando despierta sobre tu gran salida de casa, tu «independencia» (en mayor o menor grado, esto va como la condicional), tu irrupción en el mundo de ya no vivo con mis padres, ¡la libertad!… Tienes unas ganas enormes de tirar tus macutos delante del felpudo de una puerta que dará, nada más y nada menos, al piso de Mónica y Rachel en Friends; tendrás unos vecinos la mar de amables y poco ruidosos, ¡incluso alguno de buen ver! (con que sea mejor que el pobre Ross te conformas anchamente) No tienes ningún problema con la mudanza, el maletero del coche es primo hermano del bolso con cavidad infinita de Hermione y el viaje en coche es una excursión con la capota bajada, música a todo trapo y un solazo bien hermoso sobre el melón.

Bien, pues Penny es la realidad y tú eres Sheldon. La ostia no merece más explicación. Empecemos por el principio de ésta larga serie de catastróficas desdichas también conocida como tu «proceso de independencia de la República Independiente de tus Padres»:

Ya llevas semanas comprando cosas aquí y allá, unas necesarias (las que compras cuando vas en compañía de un progenitor, el cual te regala un bufido cuando te pasas el presupuesto por el arco del triunfo) y otras… bueno, pues eso, otras (generalmente suelen ser chorradas y monerías que hacen que pierdas el culo pero que prácticas, lo que se dice prácticas, no son)

Poco a poco, has empezado a amontonar tus trastos por casa, tratando de estorbar lo menos posible al tiempo que memorizas dónde has guardado todo (ya se sabe, los escondites secretos molan hasta que dos semanas más tarde no encuentras lo que buscas y te cagas en ti y en tus ocurrencias ochenta veces) Como eres previsora, compruebas que tengas sacos de viaje suficientes para meter la mitad del armario que compartes con tu hermana (una mitad bastante grande) y avisas so pena de muerte que ni Cristo los toque.

Ahora que ya está todo comprado y guardado en espera de tu pequeño gran exilio, empiezas a apuntar en una lista lo primero que tendrás que hacer una vez te instales (en el caso de quien suscribe es París):

Sacarse un abono anual para transporte que sea medianamente económico (PLAS, primera ostia. Compruebas los precios y el abono super reducido para estudiantes te cuesta 400 pavazos, ¿¿cómo hacen estos desgraciados para sobrevivir??)

Ir a la tienda de telefonía más cercana a firmar un contrato y conseguir un número nuevo (OJO, no te dejes embaucar por ofertas de último minuto con un iPhone 6 por sólo 99€, la letra pequeña que no lees encierra una cláusula de esclavitud perpetua. Suena bien pero es Francia = beaucoup caro de cojonés)

Informarse sobre las tarifas reducidas de tren para estudiantes, para ir avisando en casa de cuando podrás venir de visita (PLAS, segunda ostia. Vete apuntándote a clases de Quidditch, que lo mismo te sale más barato ir volando en mopa)

Al final acabas dejando la lista de lado porque te están entrando ataques de asma sólo de pensar en la de pasta que te vas a dejar en el primer mes de estancia. Empiezas a hacerte una idea de lo que significan realmente algunas de las míticas frases de madre como «si vieras las cuentas que tengo que hacer para llegar a fin de mes», «ya pagarás facturas, ya, y luego me cuentas», «céntimo arriba, céntimo abajo, vas juntando dinero»… Y adiós muy buenas, te acurrucas en tu habitación y entras en una conversación esquizofrénicamente paranoide contigo misma:

-¿CUANDO DEMONIOS SE ME OCURRIÓ MARCHARME A ESTUDIAR FUERA?Bueno, cálmate, es normal.  A todos nos dan miedo los cambios, ¡piensa que no tienen que ser a peor!

-¿CÓMO VOY A SOBREVIVIR YO SOLA? No seas imbécil, ¡puedes con todo! ¡Te convertirás en una mujer fuerte e independiente!

-¿Y SI NO CONOZCO A NADIE Y NO PUEDO VOLVER A ESPAÑA A VER A MIS AMIGOS? Relax, take it easy! Si fuiste capaz de conocer gente increíble antes, ¡lo volverás a hacer! Piensa que no eres la única que lo deja todo atrás.

Estas son algunas preguntas modelo de toda crisis existencial pre-exilio estudiantil, cuya complejidad y desesperación varía en función de la edad de la joven criatura emigrante, su nivel de mamitis crónica y su capacidad para convertirse en drama queen. Por muy muerta de miedo que estés, ¡el subidón de adrenalina que te pega el viaje no lo cambias por nada! Todos los cambios acojonan, ¡pero amiga! Una vez que le pilles el tranquillo a la independencia y a tu nuevo hogar, no querrás cambiarlo por nada. Cómo decían en Bienvenidos al norte (Bienvenue chez les Ch’tis, gran comedia belga altamente recomendable al público): acabarás llorando dos veces: una cuando llegues y otra cuando tengas que marcharte.

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