París a golpe de trote

Bastó de morriñas. Hoy toca hablar de paseos, de descubrimientos callejeros, de nuevas costumbres que adoptar (unas sanas y otras no tanto) Ante la manidísma pregunta de «¿Qué ver en París?», una no puede sino dar de culo con la cantidad de listas top 10 de sitios que visitar: París turístico, París romántico, París bohemio, París no turístico, París de noche, París en otoño, París en valió-ya-por-dios… Y al final te quedas como estabas al principio, porque después de ver Notre-Dame, la Tour Eiffel y el Arco del Triunfo, te faltan ideas y posiblemente dinero para poder seguir comprando los billetes de metro (briconsejo: si lo tuyo es una estancia duradera en esta locura de ciudad, más te vale sacar un abono Navigo mensual -70€/mes- o incluso anual -333€/año- si quieres ahorrarte un buen pastizal). Da igual que seas un rebelde y siempre reniegues de acercarte a esos lugares infestados de Nikons, Canons y Panasonics: hay sitios que son impeninables y que tienen que verse. ¿Qué haces? Pues seguir alguna de las endemoniadas listas mentadas arriba.

Vale, te rendiste, ¿y qué? ¡Por algún sitio había que empezar! Una vez completado el recorrido obligatorio del buen turista, toca empezar un proceso de larga duración: descubrir París como moradora que eres. Y ahora empieza lo interesante, damos y caballeras. Que como decía la gran Moderna del Pueblo, somos muy muy muy de pueblo, y cuando nos dejan caer en un caos urbano como el de la capital francesa, nos falta suela de zapato para recorrer tan siquiera el centro (este palabro aplicado a la ciudad que te vio crecer obligaría al citado núcleo urbano a multiplicar su extensión unos cuantos cientos de veces) Ya te has hecho a la idea de que la cantidad mínima de meses que vas a pasar aquÍ asciende a 24, y te das cuenta de que eso es mucho tiempo como para andar corriendo de un lado a otro cámara en mano. Empiezas por dejar el aparato en casa, y barajas tímidamente la opción de dejarte perder por alguna zona que no conozcas (es decir, todas) para descubrir algún rincón, alguna tienda o algún parque que pase a convertirse en «tu» sitio favorito de todos los tiempos.

Admito que para una persona a la que le encanta tener todo controlado, dejarse perder no es tarea fácil. Y menos si ello implica que el número de turistas asiáticos sacándote un ojo con el puto palo selfie pidiéndote que les saques una foto se multiplique al infinito (apréciese que sólo un 10% de la población china visita Europa… si no nos conquistan es porque no quieren) Una vez has superado las primeras dudas, no queda otra más que tirarse al agua… ¡casi literalmente! He aquí uno de los mejores lugares para comerse el bocata a mediodía: el Quai du Louvre. Dicho en español: la orilla del Sena del lado donde se encuentra el Louvre. Sí, el mítico paseo empedrado y sin vallar que te lleva a recorrer por tramos las orillas del dicho río (con un ligero olor a meados, todo sea dicho de paso). Si tienes la suerte de pasear por ahí en otoño, es una auténtica maravilla. Aprovechar los últimos rayos de sol cálidos antes de que la brisa se transforme en un viento frío que te deje el tuétano como un Calippo; recoger las hojas secas que se te van cayendo encima según devoras tu comida en el único banco libre que has encontrado en toda la orilla (sin glamour ni cosa que se le parezca, a una no le pagan para que intente ser Rachel McAdams en Midnight in Paris); observar como no hay un solo bateau-mouche que no transporte una recua de bulliciosos turistas palo-selfie en mano, más pendientes de poner los morros de turno que de mirar a su alrededor (apréciese el gran odio que tiene quien suscribe a los dichosos palos); o simplemente leer (de nuevo si la meteorología lo permite, el mismo escenario en invierno puede equivaler a un suicidio involuntario. Me permito añadir que el Jardin du Luxembourg es otro de los lugares favoritos de quien suscribe, para tirarse elegantemente entre dos sillas municipales a leer y resistir la tentación de acariciar a todos los perros que se acercan)

Si te mueres por perderte (y cuando digo perderte lo digo en el sentido literal y metafórico de la palabra) por el Quartier Latin, hazme el favor de no mirar los mismos manteles estampados de regalo que hay en los garitos de souvenirs y dirígete a buen paso hacia la rue de la Parcheminerie. The Abbey Bookshop. LA LIBERÍA. Y enfatizo con mayúsculas porque es uno de los mayores tesoros que he podido localizar en apenas mes y medio de estancia: una librería regentada por un canadiense encantador, quien custodia una cantidad obscena de libros nuevos/de segunda mano en inglés (en su gran mayoría), francés (es lo que tiene ser canadiense residiendo en París), español y algún que otro etcétera. Si tienes una imaginación potente, un inglés fluido, y una capacidad sobrehumana para resistir los ataques de la alergia al polvo, estás de enhorabuena, he aquí el paraíso en la tierra (después de Asturias)

Ojo al dato, puede que, después de intentar pegarte este trote en un día, tu talón de Aquiles te mande al carajo un rato, o que graciosos calambres te despierten a las tres de la mañana en señal de protesta. Pero que te quiten o bailao. París bien vale un anti-inflamatorio.

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